Cuando llegué a Australia y me di cuenta de la impresionante cultura cafetera que había, no lo podía creer. Siendo fanática del café y teniendo como mayor referencia un “cortado” o a lo más un “espresso”, empezar a entender qué significaban palabras como “Flat White”, y “Long Black” me dejaron durante varios días desconcertada e intrigada por la cantidad de opciones y sutiles pero importantes diferencias entre cada taza de café. Por eso decidí con sólo unos pocos días de haber llegado a Australia, que quería ser barista.
Además de la idea de poder tomar café todo el día, aprender a dibujar esas flores y corazones y preparar una buena taza de café, se me hacía un desafío hermoso y que pensaba podía conseguir. Encontré trabajo en una cafetería rápidamente, pero mi intención de hacer cafés murió la única vez en que me acerqué a la máquina y el dueño del local salió corriendo y gritando para que me alejara de ahí. Unos días después y tras poner cara de cordero degollado al mirar la destreza de los baristas, me dejaron hacer mi primer café.
Primero y último, porque lo que fue eso fue una vergüenza que más parecía espuma de mar que café. Ademas de quemado y feo, sabía horriblemente mal. Y yo me preguntaba ¡cómo era eso posible si había usado los mismos ingredientes y había seguido paso a paso todas las instrucciones! Así, mis sueños de barista se esfumaron. Pero también aprendí el valor del oficio y que como un zapatero necesita años para hacer sus mejores zapatos, un barista necesita práctica, y muchos, pero muchos cafés, para poder decirse a si mismo barista.
Por eso no me daría por vencida y decidí continuar en mi camino cafetero. Pasó un año de mi primera working holiday en la que nunca me dediqué a hacer cafés de forma fija pero siempre, y con una meta clara, trabajé en hostelería buscando llegar algún día a la anhelada máquina. Observé mucho, tanto que tenía colegas que se asustaban de lo mucho que los miraba y preguntaba, leía e interrogaba a todo barista que se cruzaba por mi camino para que me diera un poco más de información. Algo estaba aprendiendo y mis cafés pasaron de ser un asco quema-lenguas a un brebaje relativamente decente. Seguían siendo feos, pero por lo menos se podían tomar. Lo bueno era que ya podía decir con algo de propiedad que sabía hacer cafés, y estaba segura que mi nueva working holiday en Nueva Zelanda auguraba maravillas cafeteras por venir.
Sin desistir e intentando acercarme a las máquinas lo más que pudiera, logré mis primeros intentos de dibujo. Cuando apareció el primer corazón o la primera rosetta, mi pecho saltó de orgullo y aunque sabía que no era la gran cosa, lo era para mi.
Y después de un año en Nueva Zelanda volví a Australia, y me dije a mi misma que esta vez sí, que ahora venía a romperla y arrasar con el café de especialidad. Esta era mi oportunidad y partí directamente a Victoria, el estado por excelencia del buen café. Comencé a trabajar en uno de esos locales hipster donde cada persona tiene su propia forma personalizada y especial de beber café, donde cada shot se mide por separado y hay tantos tipos de grano y de leche como los hay personas y opciones de cafés -y créanme, son demasiadas. Esas eran las grandes ligas, y mis tristes corazones no iban a ser suficientes. Así que resignada a no ver a mi amiga máquina por un tiempo, me dediqué los primeros meses a lavar platos con palta y huevo pochado como si no hubiera mañana, tomando los cafés más deliciosos que había probado en mi vida a cambio, y esperando mi momento, que ya llegaría. Después de tres meses lavando platos y calentando pasteles, los dos baristas principales decidieron irse, justo cuando se acercaba diciembre y junto con él, las olas de turistas y melbourians que salían a veranear a sus mansiones frente al mar.
– You know how to make coffee, don’t you?
Y de un día para el otro, después de casi dos años de una relación inconsistente, éramos la máquina y yo.
Pasó el verano y mis corazones digi-evolucionaron de simples a super triple corazón-tulipan-mandala y cosas que la gente fotografiaba y decía woooooow! cuando se le servía en la mesa. Y mi pecho se inflaba en cada uno de esos asombros.
Pasé también de trabajar 30 horas a la semana a trabajar 60, 70 e incluso mi récord de 87 horas en una semana, por lo que mi vida se resumía a despertar a las 5 am, comenzar a hacer cafés a las 6.30 am porque a las 6.15 ya había una cola de gente esperando y, algunos días no parábamos ni siquiera para ir a mear -literalmente. Más de 10 kilos de café molíamos, filtrábamos y dibujábamos cada día, por que señores, esto es Australia, ¡esto es Victoria! Y todo, todo, TODO café tiene que ser perfecto. Si no, vamos otra vez.
De pronto, me transformé en barista principal del café más concurrido del pueblo más “cool” de la Great Ocean Road, y tras mandarme más de una cagada, tener que repetir más de una vez cada taza y tardarme más de lo esperado, había por fin, cumplido mi meta, y a pesar de las horas, el estrés, el incesante olor entre leche, café y tocino que expelía mi cuerpo después de cada jornada, estaba feliz.
Al irme definitivamente del café donde trabajaba, mis compañeros me regalaron un sin fin de productos especiales para el barista, confirmando desde su alta cultura «aussie» cafetera, que ya era parte del club, y que para cumplir con los objetivos sólo se necesita tiempo, perseverancia, trabajo y mucho corazón.
Para los que terminaron de leer esto, quería decirles que finalmente lo que importa en cualquier trabajo y en cualquier circunstancia a la que se enfrenten en Australia o en Chuchunco, es el esfuerzo y la experiencia. Nada se consigue de la noche a la mañana y como yo tardé dos años en poder denominarme “barista”, cada oficio tiene sus tiempos y tarde o temprano, si sigues el camino, llegarás a la meta. Práctica, actitud, perseverancia y trabajo. Eso es lo que se valora y eso sólo se aprende en la marcha.
→ Para saber más sobre nuestra historia trabajando en Australia revisa este artículo: Trabajar en Australia: Nuestra Historia.
→ Más relatos y reflexiones sobre la vida, el trabajo y los viajes en Oceanía con la Working Holiday en este texto: Caminando de Espaldas.
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