El siguiente texto es una colaboración para Brújula & Tenedor de nuestra amiga Laura Lozano Monroy. Después de encontrarnos en Nueva Zelanda y haber cruzado caminos, ella emprendió su viaje a India para convertirse en instructora de Yoga. Como sabemos que cada vez son más las personas que se interesan por el Yoga y deciden embarcarse en la experiencia de practicar esta disciplina en India por un periodo intenso y determinado de tiempo, compartimos, gracias a Laura y su relato, algunos datos y consejos para quienes quieran realizar un curso de yoga en India, y por supuesto, la experiencia personal de quien lo vivió.
Durante mi vida, he tenido el privilegio de viajar mucho, pero durante los últimos años, me he dedicado a viajar con tiempo y pasar largas temporadas en lugares que no fueran donde crecí o viví la mayoría del tiempo. En el año 2016 decidí irme a Nueva Zelanda, basada más que nada en que ya que había ido varias veces, por distintos motivos y era un país que me gustaba mucho.
En el transcurso de esta estadía fui protagonista de muchas experiencias que fueron cambiando mi carácter y de alguna forma me llevaron a tomar la decisión de dar un vuelco rotundo al estilo de vida que estaba llevando. Hay muchas formas de viajar, y conseguir el dinero para seguir haciéndolo, sin embargo hay un montón de cosas que se sacrifican en el camino y a veces las crisis existenciales o las dudas se hacen parte de tu día a día.
Así fue como de una forma muy natural, se fue gestando algo con lo que venía soñando hacía años: irme a India a hacer un instructorado de yoga. Mi último fin era poder volver a Chile a impartir clases y dedicarme a eso completamente. Dicho cometido no era tarea fácil; empezar mi búsqueda al igual que decidirme y juntar el dinero, requería de cojones. Sin embargo, ahora que lo veo en retrospectiva, no fue tan difícil, ya que el proceso se dió de una forma espontánea. En mi fuero interno, siento que era algo que tenía que suceder sí o sí y que todos los eventos previos de mi vida me llevaron a esa experiencia en particular; lejos una de las más importantes y gratificantes hasta el momento.
El Yoga en mi vida y el sueño con India
Empecé mi práctica de yoga en el 2004 aproximadamente, teniendo periodos muy intensos y otros muy flojos. Fui probando varios estilos y muchos profesores distintos, incluso estuve años sin practicar nada, ya que el 2010 me diagnosticaron una enfermedad crónica al intestino que cambió mi vida radicalmente. Recién, después de varios años de tratamientos, dietas, cambios de trabajo y estilos de vidas, pude retomar mi práctica de yoga de forma regular en el año 2015, hasta el día de hoy.
Mi búsqueda para poder hacer el instructorado en India empezó en Google, donde encontré una página web llamada www.bookyogaretreats.com en donde se pueden buscar retiros o cursos de yoga en distintos lugares del mundo y en distintos idiomas por diferentes precios. Yo me decidí por India porque era mi sueño conocer una de las cunas de la espiritualidad y el yoga, y también porque siempre sentí una especie de llamado hacia ese país, y aunque suene extraño y sea difícil explicarlo, una vez que llegué todo cobró muchísimo sentido.
El proceso para seleccionar el curso o retiro hay que tomarlo con tiempo ya que hay que considerar una serie de variables que pueden mejorar considerablemente la experiencia. Yo me basé principalmente en los comentarios de alumnos, en la reputación general de la escuela, en el precio del curso (1.500 US dólares aproximadamente) en relación a las horas ofrecidas y en el tiempo que dura el mismo. Asímismo es importante elegir bien la fecha, que en mi caso era temporada baja y a la vez época de Monzón, y en las facilidades y emplazamiento del recinto, ya sea más retirado en las montañas o dentro de la mismo ciudad.
Después de semanas de investigación y de haber comprado mi pasaje de avión, me decidí por la escuela AYM, con muy buena reputación y que se encuentra en Rishikesh, la cual es considerada la capital del yoga, por estar llena de ashrams (centros espirituales) y escuelas de yoga desde hace miles de años y a la que acuden millones de personas al año.
Ya con el curso reservado, cosa que no es obligación ya que también se pueden elegir los cursos o retiros de forma presencial, decidí ir a India un mes y medio, para tener unos 12 días para viajar y luego llegar directo a la escuela a realizar mi curso. La mayoría de los cursos te piden reservar un cupo con un depósito de 200 dólares aproximadamente, lo cual conviene si no se tiene mucho tiempo y porque sobretodo en la época que fui yo, hay mucha gente. Sin embargo, si se anda con tiempo de sobra y no se está seguro, yo recomendaría darse unas vueltas por Rishikesh y tantear terreno primero, en caso de que ese sea el destino anhelado.
Mi objetivo antes de adentrarme en el curso de tres semanas y media, era viajar por el conocido triángulo dorado del norte de India, Delhi, Agra, Jaipur e incluí Pushkar, ya que quería ir a Varanasi. Esta travesía la lleve a cabo en un periodo de 12 días aproximadamente y use distintas vías de movilización como uber, bus y tren. Me quedé en hostales con pieza para mujeres y baño privado, pagando precios de entre 8 y 18 US dólares aproximadamente. El resto lo fui viendo en el camino. Conocí personas de distintas partes del mundo con las que compartí muy lindos momentos, visite lugares históricos, templos y realicé actividades muy interesantes con personas locales, como ir a ver una película de Bollywood sin subtítulos a un cine emblemático.
Al final de este periodo ya me había imbuido un poco de la cultura India, que por lo demás es maravillosa. Si bien hay un choque cultural importante, puedo decir que conocí personas locales increíbles y mi viaje fue mayormente muy positivo y enriquecedor. Después de mi recorrido, me sentía preparada para dar paso a lo que se venía, una práctica intensa de yoga por un periodo extenso de tiempo.
La llegada a Rishikesh
Los días previos ya me habían preparado para que mi tolerancia al cambio fuera mayor y la verdad que creo que fue una excelente decisión. El curso dió inicio con una hermosa ceremonia de fuego (Joma) guiada por maestros espirituales; junto con 42 personas más de distintas partes del mundo, con las cuales compartiría el resto de mi tiempo en Rishikesh. Por lo general, los cursos no son así de grandes, casi siempre son de entre 15 y 25 personas y a veces incluso menos. Sin embargo, este curso fue particularmente grande y poderoso, cosa que tuvo su lado positivo y también negativo.
Ese mismo día, tuvimos la tarde libre para ir a conocer la ciudad. La naturaleza de Rishikesh es mágica, se encuentra rodeada por los imponentes y verdes Himalayas, es atravesada por el río Ganges que nace de estas majestuosas montañas y que es dotado de un agua que en la estación seca es de color verde turquesa y en la época de monzón es de color café turbio. Por lo que me percaté ese día, Rishikesh es uno de los lugares en India donde hay menor cantidad de gente viviendo y por eso es considerado el lugar ideal para el retiro espiritual.
El curso, empezó el día lunes 15 de Julio de 2018, con una meditación dinámica. Aún recuerdo que fue una clásica meditación de Osho, en la que hay que sacudir el cuerpo por aproximadamente 20 minutos y luego viene una meditación estática. Todos los días partían con una meditación distinta a las 7 AM para luego dar paso a un té matutino y a la primera clase práctica del día en que se dividía en mitades. Mi curso, particularmente, era de formación en Ashtanga Vinyasa, y por ello era necesario que nos instruyeran en las bases tradicionales del yoga, partiendo con Hatha, en el que nos enseñaban las posturas tradicionales, su respectiva alineación, beneficios, etc y Ashtanga, que ya es nivel más avanzado y puede llegar a ser muy desafiante. En Ashtanga, nos enseñaron la primera serie de un estilo que nació en Mysore (India), en donde no se explica tanto cada postura, sino más bien, es una práctica fluida y el profesor solo va guiando y ajustando las posturas. Después de la clase práctica de yoga, teníamos el desayuno que consistía mayormente en fruta fresca y un pequeño descanso antes de la clase de metodología en la que nos enseñaban la forma correcta en cómo impartir una clase.
Para cortar el día, el almuerzo era a las 12 PM y la dieta del Ashram/escuela era vegetariana- sattvica, que consiste en muchas proteínas vegetales, arroz basmati, chapati, que es el pan indio y ensaladas frescas. O sea una dieta que traiga el menor disturbio para mente y cuerpo, oséa una dieta liviana, que no excite la mente que es la ideal para el practicante de yoga. En el tramo de la tarde teníamos clases de filosofía y anatomía, y después un pequeño break antes de la otra clase práctica de yoga. Para esa clase, yo ya me encontraba muy cansada y falta de energía, por lo que mi práctica de Ashtanga no fue la mejor durante las primeras semanas.
Después de todas estas clases, uno pensaría que viene la hora de la cena y el merecido descanso, pero los lunes, miércoles y viernes, después de la cena, nos tocaba clase de mantras, la cual era hermosa, ya que nos enseñaban a cantar los mantras principales del yoga, pero para esa hora, ya eran las 9 pm y todos nos encontrábamos exhaustos y a veces los cantos, parecían más bien lamentos.
El primer día, diría que fue el más difícil; acostumbrar al cuerpo a estar sentado en el suelo todo el tiempo, creo que es la parte más ruda. Nuestro cuerpo no está acostumbrado al suelo, e incluso cuando está sentado durante largos periodos de tiempo y así, después de largo periodos, se resiente. Tampoco pude intercambiar muchas palabras con mis compañeros, ya que el apretado e intenso itinerario, no permitía más. Los recreos entre clases eran muy cortos, por lo que solo alcanzaban para ir al baño y cambiar el switch para la clase siguiente. Y al llegar la noche, me sentía agotada. Incapaz de continuar este periplo pero a la vez tan feliz y agradecida de estar viviendo una experiencia única en la vida, que me repetía a mi misma: ¡es sólo un mes, tú puedes hacerlo!. Este era mi mantra matutino, cuando abría los ojos y sentía que no podía más del cansancio.
La práctica de Yoga en el Ashram
Con el pasar de los días los momentos increíbles aumentaban. Instantes llenos de risas, aprendizajes, intercambios entre compañeros y profesores, comidas ricas, progresos muy rápidos en la práctica y el disfrute alucinante del paisaje, algo que quedará grabado en mi retina para siempre. Himalayas en su esplendor verdoso, río Ganges en su impetuoso caudal, lluvia imparable de monzón y el calor húmedo de verano hacían de toda la experiencia algo mágico.
Sin embargo, también habían momentos de mucha demanda a nivel físico e intelectual, con la que venían acompañadas frustraciones, dolores, cansancio, inestabilidad estomacal y emocional. Algunos compañeros se enfermaban constantemente del estómago y ahí me encontraba yo sufriendo por mis articulaciones adoloridas y enfrentando a mis demonios personales. Había días que me costaba mucho salir de la cama, la rutina se volvía cada vez más pesada, cada día era igual: el mismo lugar, las mismas actividades, la misma gente. Un día incluso, pensé que el tiempo se había detenido, el día de la marmota se hacía realidad. Vivía en una realidad atemporal, la lluvia caía cada vez más intensa y sin cesar, incluso por días, creo que hasta duró una semana sin parar. Rishikesh se tapaba en un halo de misticismo único, las nubes cubrían las montañas y ese sonido incesante de la lluvia cuando choca contra el suelo se sentía como si atravesara todo mi cuerpo. Y ahí estábamos, 43 personas encerradas en un edificio, esperando a encontrar la iluminación, hacer un paro de cabeza, entender el sentido de la vida, perder peso o mejorar de alguna enfermedad y/o trastorno emocional-psicológico o quizás, todas las anteriores.
Hubo momentos, en los que me di permiso para descansar y me perdí un par de clases. Sin embargo, nunca me perdí las clases de filosofía, en que todos disfrutábamos con entusiasmo las metáforas del querido Gaurav,un PHD en psicología clínica, que siempre con una sonrisa, nos entretenía con cuentos didácticos para explicar fundamentos y conceptos filosóficos del yoga y la vida que de otra forma hubiera sido muy complicado entender. Las clases de Hatha yoga también eran geniales, ya que Jaiam el profesor y discípulo de B.K.S Iyengar (uno de los maestros que llevó el yoga a Occidente y es considerado uno de los mejores profesores de yoga en India y el mundo) nos enseñaba de alineación, secuencias, contraposturas, beneficios, contraindicaciones y todo lo que hay que saber sobre una postura de una forma en que difícilmente se nos olvidaría.
También con el tiempo fui conociendo a mi compañeros, todas esas personas increíbles, cada una con una historia única que contar, con una luz única y original. Algo muy importante para mí durante esta experiencia era poder conocer personas de todas partes del mundo que compartieran la misma pasión que yo y entablar lazos con ellas. Por eso fue que me decidí a compartir pieza en vez de tener una pieza sola, lo que me llevó a forjar una amistad muy estrecha con mi compañera de habitación. Creo que una de mis partes favoritas de todo este viaje y sobretodo del curso, fue justamente las personas que conocí y los lazos que formé. me hice muy amiga de una chica Búlgara y dos chicas de Estados Unidos. También tuve mucha onda con una mexicana, una canadiense y unas chicas de escocia e Inglaterra y hasta el día de hoy seguimos en contacto y haciendo planes para vernos a futuro. A veces era difícil mantener el contacto constante con mis amigas, ya que algunas se hospedaban en otro edificio y a veces se enfermaban, sin embargo, siempre encontrábamos un tiempo para salir a comer, conversar en los almuerzos o juntarnos a estudiar.
Los últimos días y lo aprendido
Los exámenes finales llegaron y muchos nos sentimos no tan bien preparados, ya fuera por la barrera idiomática (inglés, sánscrito) o por los tecnicismos del mismo yoga. Sin embargo, con un poco de esfuerzo y preparación todo resultó bien y el curso completo se graduó de instructores de Vinyasa Yoga. Junto con esto, llegó el día tan esperado: la ceremonia de graduación. Para ella, todos nos vestimos de blanco y así dar la bienvenida al yoga como parte íntegra de nuestras vidas y no solo como un complemento. Para muchos, este era el cierre de una etapa y para otros el comienzo de otra. Sólo el tiempo nos dirá el impacto en la vida de cada uno de una experiencia de tal calibre.
En mi caso, las personas que conocí quedarán en mi corazón por siempre y la experiencia de haber viajado por India y haber realizado este entrenamiento es algo que me cambió para bien y para siempre. Una experiencia que te empuja a buscar nuevos horizontes y te enseña que los sueños sí se hacen realidad.
Las razones para practicar yoga son tan diversas como personas hay en el mundo, quizás sean demasiadas, pero es algo tan personal y subjetivo, que no tiene una explicación única. Lo que puedo decir, en mi experiencia, es que la práctica de yoga, abre una puerta a una dimensión desconocida del ser. Se establece una conexión con algo poderoso, llámese Dios, espiritualidad, ser superior, maestro, gurú, que se puede encontrar tanto en uno como en un otro. Y que esa conexión, en algún momento se expresa hacia el mundo en forma de un amor incondicional y para la transformación del mismo.
Hoy me dedico al yoga full time, hago clases a domicilio, empresas y escuelas; además he creado mi propio emprendimiento llamado Sati Mind, en que ofrezco diversos servicios, todos orientados a generar bienestar y consciencia en nuestras vidas de forma constante. Como complemento, En Mayo de este año, empiezo un diplomado en Mindfulness y técnicas de bienestar, así que sigo en el camino de formación, para poder estar a la altura de las circunstancias.
Para mí, esta no es la conclusión del viaje, sino que es el inicio de un viaje mayor, uno hacia mi interior, en el que esas ganas de seguir viajando por el mundo, esas ganas de transformar y transformarse, de seguir aprendiendo, pero ahora también de enseñar son más fuertes que nunca.
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